Razonablemente, la emisión de
dinero se debiera de establecer en base al censo de población y una cesta con
los productos y servicios básicos de consumo. A partir de esta premisa, se debe
de añadir un adicional para las necesidades y servicios comunes a través del estado,
de modo que se pueda establecer el flujo necesario para activar la cadena
productiva de la oferta-demanda en todos los niveles. La emisión del nuevo
dinero caducaría y renovaría de año en año, para evitar los
excedentes y ajustar el crecimiento en base a la evolución real, mediante
políticas ajustadas y eficientes de costes, beneficios y precios en armonía con
los medios y recursos. Lo ideal sería que todos, capital dinerario, humano y compradores en
todas las escalas productivas, participaran en los beneficios directos generados en función
del esfuerzo económico necesario para completar el ciclo. Sería necesario que se
estableciera una normativa y procedimiento legal, en que los beneficios que se
generen de cualquier actividad económica, se queden e inviertan en los
respectivos países según el consumo en la cadena productiva, evitando el
movimiento de capitales especulativos. De este modo se dispersaría la
riqueza, equilibrando los ingresos y
beneficios sociales de los ciudadanos entre países, además de generar empleo
local, evitando excedentes, infrautilización o el mal aprovechamiento de los
recursos y medios. Es fundamental establecer un código de buenos usos y una
ética que permita establecer la base de confianza necesaria para el progreso.
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